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Las mentalidades cambian el significado del esfuerzo.

Las mentalidades cambian el significado del esfuerzo.

Cuando éramos niños nos dieron a elegir entre la dotada, pero voluble, liebre y la lenta y pesada, pero constante, tortuga. Se supone que la moraleja era que el lento, pero constante, vence la carrera.

Pero, de verdad, ¿alguno de nosotros quiso alguna vez ser la tortuga?

No, nosotros queríamos ser una liebre menos estúpida. Queríamos ser rápidos como el viento y tener un poco más de estrategia, digamos que no queríamos echarnos tantas siestecitas antes de la línea de meta. Después de todo, todo el mundo sabe que para ganar al menos hay que participar.

Paradójicamente, al intentar ensalzar el poder del esfuerzo, la fábula de la liebre y la tortuga ayudó a generarle cierta mala fama. Reforzó la imagen de que el esfuerzo es para los lentos y laboriosos y sugirió que, en raras ocasiones, cuando la gente de talento baja la guardia, el lento y laborioso puede colarse y ganar la carrera.

Muchas gracias, prefiero quedarme con los dones.

El problema está en que según estos cuentos, una de dos, o tienes capacidad o malgastas esfuerzo. El esfuerzo es para aquellos que no tienen la capacidad. Las personas que no abrazan el crecimiento nos dirán:

“Si tienes que trabajar mucho, será que no se te da bien”, y añade: “Los verdaderos genios no necesitan esforzarse.”

Crecer con estos tipos de mensajes nos hace desvirtuarnos de la realidad. ¿Y si nos centramos en cambiarlos?

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